Yo creo que ya va siendo hora
de superar esa clasificación
izquierda/derecha surgida de la revolución francesa, esa simpleza de
banco de parlamento que nos ha servido durante los últimos siglos para
distinguir de un solo vistazo la ideología del que teníamos enfrente pero que hoy
ha quedado un tanto desfasada.
Y no es que no siga existiendo
el capitalismo y el comunismo, y todas esas formas intermedias del ismo, sigue
pudiéndose intervenir en mayor o menor medida en la redistribución de la
riqueza, sigue habiendo aprovechados y
aprovechables, los que dan y los que toman, pero ha dejado de tener sentido
hablar de derecha y de izquierda en un mundo que ha superado la
bidimensionalidad política y ha entrado de lleno en la tercera dimensión. ¿No
deberíamos hablar entonces de superficial y
profundo, de discursos políticos para cerebros de menos de ocho años o
lobotomizados por la telebasura (fuera, fuera de toda decisión política, fuera
de cualquier capacidad de control sobre sus vidas) y discursos con contenido
inteligente para personas razonables (dentro, dentro de la posibilidad de
entender y de elegir)? ¿no debería ser esa la forma de clasificar las
ideologías?
Esta necesidad de superar la
izquierda y la derecha no se debe al hecho de que los poderes financieros hayan
devorado al resto de poderes, con los gobiernos de los estados como guarnición,
no, la superficialidad o la profundidad son en sí mismas una ideología
política.
El referéndum griego lo ha
puesto de relieve, el resultado más importante arrojado por la consulta no es
que la gente haya demostrado que es más coherente ser de izquierdas cuando eres
pobre sino que ha entendido la pregunta, que es capaz de tomar una decisión
compleja ante una situación compleja. Que no se han quedado dando vueltas en la
superficie como mierda flotando en el mar, en el remolino de los falsos silogismos: si no pagas a los acreedores,
vendrá el coco y te comerá, si votas NO, serás expulsado del reino de las
hadas, también conocido como la eurozona. Que los gobernantes han pensado que
el pueblo era lo suficientemente adulto como para entender el matiz, eso tan
escurridizo como una lombriz.
Tras años de propinarle
pataditas al nivel político deslizándolo ladera abajo, de discursos que harían
sonrojar al mismísimo Forrest Gump, parece que por fin una parte de la opinión
publica (esa entelequia real) ha dejado de ser un Benjamin Button empeñado en
seguir rejuveneciendo año tras año y una parte de los políticos actúa en
consecuencia.
Y es que, al fin y al cabo, ¿qué
es la muerte sino una falta absoluta de profundidad?