No existe lo perfecto, por más que exista lo imperfecto, ¿O acaso existe lo pepinable? Este es un razonamiento impepinable, perfectamente impepinable.
Juarroz dijo algo hermoso acerca de
la perfección:
Quizá debamos aprender que lo
imperfecto
es otra forma de la perfección:
la forma que la perfección asume
para poder ser amada.
es otra forma de la perfección:
la forma que la perfección asume
para poder ser amada.
Yo diría más, no es la forma que la perfección asume para poder ser amada sino la única forma que es capaz de adoptar la perfección (claro que qué es un poeta sino alguien que se empeña en encontrar belleza en las leyes físicas, por terribles que sean, en buscarle una justificación estética a eso tan devastador que es el paso el tiempo).
La perfección no puede ser, simplemente,
no puede existir porque la vida pudre, el contacto con el aire corrompe, desde
el minuto uno, son cosas de la materialización, de la física, o de algún
dios, culpa mía no es.
Por eso el paso del tiempo sigue
siendo uno de los grandes temas literarios, sino el único, y de él se deriva esa
textura de anguila de la perfección, la escurridiza incapacidad de dar forma
perfecta a esa idea perfecta que tenemos en la cabeza, ya sea una obra de arte o
un sistema de gobierno. (Esto lo digo porque estoy harta de aquellos que critican sin excepción a
los partidos políticos, a TODOS los
partidos políticos, porque la única opción ideológica perfecta es la que existe
dentro de su cabeza, ninguna que actúe en el escenario real (vaya contradicción)
de la vida política. Quisiera que por ley, toda crítica expresada en voz
alta viniera con una sugerencia de mejora, con una alternativa real, imperfecta
pero real).
Pero a lo que iba, que no existe la
perfección, no te empeñes en buscarla.
Yo antes me creía muy lista porque pensaba
que existía a ratos, en una especie de alternancia con la imperfección, ahora
juegas tú y yo me quedo en el banquillo, luego cambiamos, de la misma manera que
una virtud en sus horas bajas se transformaba en defecto, o que uno se
eleva los metros que es capaz de cavar, exactamente esos metros, ni un centímetro más
ni uno menos.
Ahora, que ya me sé muy tonta, creo en
la simultaneidad, en que todo sucede al mismo tiempo, y el defecto es a la vez virtud, no antes ni después,
sino a la vez, y se puede volar a dos metros bajo tierra, y se puede excavar el
aire, y se puede encontrar belleza y fealdad en una misma cosa, al mismo tiempo, por más
que haya cosas que no serán ni bellas ni feas jamás.
Kant, que era mucho más listo y a ratos
incomprensible, no cerró la escala en lo perfecto sino que habló de lo sublime,
definiéndolo como lo que es absolutamente grande, sólo comparable a sí mismo. Lo
sublime, que provoca un sentimiento agridulce, un cortocircuito entre la
belleza que esperábamos y la que nos encontramos en la realidad, que sin duda nos
supera. Lo sublime como algo placentero y doloroso a la vez. Simultáneamente. Sin
necesidad de buscar un contrario. Por sí mismo.
Como esta bendita, imperfecta vida que
pudre.