M. me preguntó por qué escribía y le dije: no sé, me gusta.
Y luego pensé que ese era el motivo por el que escribía, que
si no fuera afásica, si pudiera expresarme tan ricamente con la palabra
hablada, no escribiría.
Al llegar a casa, rastreé en el blog en busca de motivos
para escribir y encontré unos cuantos:
“Ahora sé que se escribe para borrar, para borrar la estela de
lo real, para reconstruirle el himen a la mirada”.
“Me digo que a través de la literatura se explica el mundo,
que tiene razón Bloom y Shakespeare y F, y que no sólo se explica, se crea el
mundo, y no sólo se crea, se salva el mundo. Y no sólo se salva él que nos
salvamos con él”.
“Ya conté que observaba la existencia de un fenómeno
curioso: que la escritura viene a tumbarse sobre los recuerdos, viene a
añadirse a ellos, como una capa de reluciente mugre. Que de tanto machacar un
recuerdo, de recrearlo, de moldearlo, de estirarlo, acaba por confundirse con
el recuerdo en sí, se adhiere a él como los lípidos a las células adiposas. Lo
acaba modificando. Y ese hecho es sencillamente maravilloso, porque ya no se
trata de engañar a los demás con historias inventadas, sino de engañarse a uno
mismo y a la memoria con sus propios embustes. Crear una vida distinta en
definitiva”.
“Escribir, instrucciones de uso:
1. coger el sufrimiento que viene en la caja negra, por las puntas, con cuidado
de no dejar marcas de huellas personales que luego queden en el papel.
2. extenderlo bien, ayudándose de las palmas de las manos, de los codos, del hígado, del páncreas y hasta del corazoncito, si fuera necesario. Siempre con movimientos circulares. (Nota: si no se dispone de un corazoncito a mano, pueden utilizarse entrañas, el resultado es parecido).
3. dejar secar hasta comprobar que las partículas de carbón de la frustración, el desencanto y la desesperanza se han adherido bien al papel.
4. retirar el sobrante, soplar y leer una vez en voz alta, como si fuera una carta de la seguridad social.
5. no releer jamás.
En realidad, para escribir sólo hace falta pecado y culpa. Pecado y culpa. De venta en cualquier farmacia”.
2. extenderlo bien, ayudándose de las palmas de las manos, de los codos, del hígado, del páncreas y hasta del corazoncito, si fuera necesario. Siempre con movimientos circulares. (Nota: si no se dispone de un corazoncito a mano, pueden utilizarse entrañas, el resultado es parecido).
3. dejar secar hasta comprobar que las partículas de carbón de la frustración, el desencanto y la desesperanza se han adherido bien al papel.
4. retirar el sobrante, soplar y leer una vez en voz alta, como si fuera una carta de la seguridad social.
5. no releer jamás.
En realidad, para escribir sólo hace falta pecado y culpa. Pecado y culpa. De venta en cualquier farmacia”.
“Lo cierto es que siempre he pensado que los diarios eran
cosa de personas débiles, sentimentales o francesas. De personas con poco que
ocultar. Si hasta Kafka en sus diarios se ponía tontorrón.
Recuerdo que de pequeña, quería escribir un diario, con tapas acolchadas, y delicadas flores en la portada, con su candado y su llavecita. Pero ya consciente de mi monstruosidad, de que si abría el grifo, el líquido verdoso y purulento que manaría nada tendría que ver con el agua, y sobre todo de mi falta de constancia, de mi incapacidad para mantener bajo llave los futuros motivos de mi exilio emocional, siempre lo posponía.
Hace ya tiempo que el grifo gotea, y que he aprendido a esconder mis ominosos secretos tras las palabras, a camuflarlos bajo metáforas, confiando en que tus ojos serán la llave, que verán y dejarán correr, como el agua”.
Recuerdo que de pequeña, quería escribir un diario, con tapas acolchadas, y delicadas flores en la portada, con su candado y su llavecita. Pero ya consciente de mi monstruosidad, de que si abría el grifo, el líquido verdoso y purulento que manaría nada tendría que ver con el agua, y sobre todo de mi falta de constancia, de mi incapacidad para mantener bajo llave los futuros motivos de mi exilio emocional, siempre lo posponía.
Hace ya tiempo que el grifo gotea, y que he aprendido a esconder mis ominosos secretos tras las palabras, a camuflarlos bajo metáforas, confiando en que tus ojos serán la llave, que verán y dejarán correr, como el agua”.
“Descartar el resto de historias para quedarse con una sola,
y de ella, con los momentos capitulares que mostrar, es elegir desde qué piedra
lanzarse al vacío. Siempre he sospechado que se trata de cerrar más que de
abrir, de engullir más que de vomitar, de saciar más que de brindar”.
“Yo asocio la creación al hecho de completar o al hecho de
rectificar, o a una acción que combine ambas acciones. A cerrar más que a
abrir, a engullir más que a vomitar, a saciar más que a brindar. Me repito.
La vida es ese asunto inconcluso que debe ser completado por la ficción (mejor por la ficción pura que por la religión)”.
La vida es ese asunto inconcluso que debe ser completado por la ficción (mejor por la ficción pura que por la religión)”.
“A menudo me siento como una impostora que realiza
actividades fraudulentas con las palabras como moneda de cambio, una
contrabandista que trata de pasar por la aduana de la realidad sus falsificaciones
chinas de productos de marca. Una maga de tres al cuarto actuando en un tugurio
de mala muerte”.
“Escribimos a medias mi soledad y yo. Para ser exactos, a
ella pueden atribuírsele las tres cuartas partes de mi, ejem, obra y a mí sólo
ese cuartito oscuro al fondo del pasillo. Sé que no soy para nada
imprescindible en esta historia, pero a ella le gusta hacerme creer que no es
así, que mi opinión cuenta, aunque sea una opinión contaminada por el exterior,
una opinión a veces expresada únicamente para hacerla rabiar.
Ella siempre me espera en el despacho, acomodada en su sillón de piel giratorio, las piernas cruzadas sobre la mesa.
Yo en cambio la abandono siempre que puedo, antepongo cualquier fiesta banal, cualquier café sobrevenido, a estar con ella y con su proyecto, como si la vida fuera justamente el reverso de su compañía. Y sin embargo, tantas veces me ha parecido ver a esa vida correr entre los renglones con sus patitas de alambre, saltar sobre las emes, columpiarse de una g, descansar en el regazo de una S mayúscula.
En eso estamos ella y yo, ella sin pensar en nada más que en su historia, yo, aunque hipócritamente se lo niegue, soñando con el reconocimiento, acariciando las partes más sensibles de ese ego crecido que bombea sangre desde su mismísimo centro, y cuyo deseo se adivina insaciable.
Cuando esto termine, ella se hará a un lado, se quedará en su tranquilo rincón y dejará que sea yo quien se lleve el aplauso, la colleja o la indiferencia, como si yo fuera la auténtica protagonista. Y yo la traicionaré sin dudarlo. La abandonaré cobardemente como se abandonan con la espalda esos ojos que han visto demasiado”.
Ella siempre me espera en el despacho, acomodada en su sillón de piel giratorio, las piernas cruzadas sobre la mesa.
Yo en cambio la abandono siempre que puedo, antepongo cualquier fiesta banal, cualquier café sobrevenido, a estar con ella y con su proyecto, como si la vida fuera justamente el reverso de su compañía. Y sin embargo, tantas veces me ha parecido ver a esa vida correr entre los renglones con sus patitas de alambre, saltar sobre las emes, columpiarse de una g, descansar en el regazo de una S mayúscula.
En eso estamos ella y yo, ella sin pensar en nada más que en su historia, yo, aunque hipócritamente se lo niegue, soñando con el reconocimiento, acariciando las partes más sensibles de ese ego crecido que bombea sangre desde su mismísimo centro, y cuyo deseo se adivina insaciable.
Cuando esto termine, ella se hará a un lado, se quedará en su tranquilo rincón y dejará que sea yo quien se lleve el aplauso, la colleja o la indiferencia, como si yo fuera la auténtica protagonista. Y yo la traicionaré sin dudarlo. La abandonaré cobardemente como se abandonan con la espalda esos ojos que han visto demasiado”.