
El mar se mueve. Todo el tiempo. A veces con la arrastrada melancolía de una canción francesa, otras con el obstinado ritmo del jazz contemporáneo. Una vez escribí que la memoria era el mar pero no supe explicar por qué.
He pasado el fin de semana en un barco. Sol inclemente, viento acariciador, viento salvaje, viento que contiene el aliento, pero siempre presente. Biodramina. Risas, cerveza, sopor. Rico guiso de calamares y mujol murciano. Jamoncito. Más cerveza. Palabras misteriosas que se deslizan de la boca del capitán: trasluchar, cornamusa, sotavento. Palabras que se mastican despacio en el mar. La compañía es inmejorable. Aprendo curiosas costumbres murcianas como tirarse al agua con las gafas puestas, extraños vocablos argentinos: malla, campera, empinado. Hablamos de sexo tántrico hasta que nos sale espuma por la boca. Reímos. Navegamos bajo el sol. Navegamos.
Atracamos en el puerto de Denia y el agua de la ducha resbala dulce por el cuerpo, como el agua del grifo por el lomo de una sardina. Vermuts a 1 euro en la tasca Benjamín. Estómago seco de atún de almadraba. Y un plato cuyo nombre no puedo recordar pero que la carta explica: “es como el pisto pero sin calabacín”. Más cerveza. Y antes de dormir un chupito de ron pirata en cubierta, ron de contrabando que el capitán trueca por botellas de Terry en el estraperlo.
Atracamos en el puerto de Denia y el agua de la ducha resbala dulce por el cuerpo, como el agua del grifo por el lomo de una sardina. Vermuts a 1 euro en la tasca Benjamín. Estómago seco de atún de almadraba. Y un plato cuyo nombre no puedo recordar pero que la carta explica: “es como el pisto pero sin calabacín”. Más cerveza. Y antes de dormir un chupito de ron pirata en cubierta, ron de contrabando que el capitán trueca por botellas de Terry en el estraperlo.
A la mañana siguiente navegamos, ahora sólo con ayuda del viento. Con la vela nueva que se refleja en el bañador de Susana. Miro la vela desde abajo y es como cuando era cría y me escondía bajo las sábanas.
Nos bañamos y hay 37 metros de incertidumbre azul bajo nuestros pies. Y de pronto el cabo del flotador que nos une al barco se suelta. Pánico en altamar hasta que el capitán Rubianes, nuestro superhéroe hombre tranquilo viene al rescate. Navegamos. Terminamos por rendirnos ante el sol.
Llego a casa agotada y me duermo en la segunda parte de la final de la eurocopa pero aún dormida oigo los gritos afuera, los claxones, los petardos porque ganamos. Por fin ganamos.
Y tras dormir más de diez horas seguidas, estoy de nuevo frente a mi rutina de ordenador, la espalda quemada y cierta nostalgia en los párpados mientras los dedos golpean las teclas y la memoria golpea pausada esas otras teclas del recuerdo. Todo se mueve. El mar aún sigue ahí dentro.